miércoles, octubre 18, 2006

Vaya vida placentera la de los felinos.

Éste tipo Marty, se sentó sobre el césped y comenzó a volverse loco. Hace mucho que no lo hacía, así que tomó su tiempo y esperó a que la locura lo embargue.
Empezó quemando una hormiga con la punta del cigarrillo encendido. Ésta giraba y parecía perder la cordura también. Marty se emocionó y comenzó a darle con la llama directa a las demás hormigas sobre sus cuerpos crujientes e insignificantes.

“MARTY, VEN A AYUDARME CON LA ROPA”
“En un minuto, nena”
“TUS MINUTOS PUEDEN DURAR VIRTUALMENTE TREINTA Y CUATRO HORAS. POR FAVOR NECESITO QUE ME AYUDES CON ESTE CUBO DE ROPA”

La próxima hormiga no irradiaba el mas mínimo gesto de preocupación. Pensó que quizás fuese una hormiga suicida. La dejo ir. Simplemente para no contentarla.

“¡MARTYY!”
“Dame un segundo, querida”

Quemó unas tres hormigas más. Apreció el olor ácido emanante de sus estructuras tóxicas y cogió un ladrillo que estaba al lado del cantero. Esperó unos segundos a la siguiente avecilla que bajase a consumir alguna delicia de su parque.
Llegó un ave de un marrón claro desteñido que no encajaba con su barriga negra. Marty esperó un instante, inmóvil, para brindarle confianza. Ésta estaba inmersa en la búsqueda de algun gusano apetecible.
Marty tomo el ladrillo. Le dio de lleno en la cabeza. El ave pareció perder la conciencia. Hecho que facilitó el secuestro aéreo.
Fue a la cocina. Buscó la lata de picadillo que habían comido con tostadas en el desayuno. Pensó en cortarle una de sus patitas con el filo de la lata, pero tuvo piedad y tomo una migaja de pan. Se la introdujo en el pico.
El ave no parecía demasiado alarmada. Por lo que decidió someterla a una nueva artimaña.
Roció sus alas con un insecticida barato para cucarachas y la encerró en el freezer.

“MISH MISHH” -cuchicheo. "CONDENADO GATO, ¿DÓNDE ESTAS?”
“Tienes que llamarlo por su nombre y vendrá” le informó su esposa en un tono poco cortes.

“¡CONAN DOYLE!”

El gato apareció. Tenía un aspecto soñoliento que a Marty le agradaba. En el fondo lo envidiaba más que a cualquier criatura. Conan Doyle pasaba sus días tirado, durmiendo y saliendo a la noche para fornicar con las demás gatas - o gatos- de la cuadra. Vaya vida placentera la de los felinos- pensaba.
Sacó al ave moribunda del refrigerador y se la entregó a Conan Doyle. Éste separó el cuello de su cuerpo con una sola pata. El ave estaba muerta y Conan Doyle pareció abrumado o simplemente aburrido de verla reposar difunta sobre el piso de la cocina. Sin embargo, se tiró a su lado y comenzó a lamerse el pelaje.

Marty fue hasta el lavadero y tomó a su esposa por detrás. Le dio un largo beso con mucha lengua y le ordenó que vaya a comprar un paquete de cigarrillos y algunas botellas de agua tónica.