martes, julio 25, 2006

Te perdí.

la gran puta
que lo pario
pienso
mientras estoy sentado frente a la pantalla de algo que simula ser un computador de luli.
la gran
la gran puta madre.

Son risas.

Sonrío
ante los discursos
de los enfermos mentales,
sin dientes,
con pelos teñidos de rubio.

Me río de ellos
Hasta que noto
que soy igual-
o quizás peor.

Suben dos chicas,
me río de ellas.

Probablemente ellas
se rían de mi

en sus sueños
.

7 am.

Siempre está lleno
el tren
y duermo
y un niño me mira
desde el vientre de su madre.

Ella no sabe
como hornear
alcauciles.

domingo, julio 16, 2006

Sudarios.

Cuando pienso
en palabras,
pienso en ojalillos.

Cuando pienso
en ojalillos,
pienso en el sueño
que soñé ayer.

Cuando pienso
en el sueño,
pienso en que extraño
el sueño,
porque estabas ahí.

Me besabas,
te besaba,
mientras todos miraban la película.
Luego nos miraban
y no importaba
porque a mí no me importaba.

Y te llamaron,
fuiste.
Esperé a que vuelvas
pero desapareciste.

Te busqué,
te busqué.
Ya no estabas.
Mierda.
“¿Dónde carajo está?”,
pensé.

Subí la escalera,
la bajé,
tiré hierba al piso,
y la levanté
y ya no estabas.

Maldita heladera (Parte 2)

Sea mero pasatiempo o no, Ronnie se sentó con su juego de ajedrez en el retrete de la señora Miller, esposa del hijo de puta de su padre.
Su mente daba lugar a una filmación bizarra: un egomaníaco consumiendo líquido de berenjena al compás de un disco de Brahms. Cuanto mayor era la tensión sinfónica más y más líquido berenjenico introducía en sus fosas nasales.
Sin poder concentrarse en el juego, Ronnie prolongaba mas de lo debido el fetiche de los peones, olvidándose de la Torre heroica. Casi a gritos la reina pedía ser rescatada mientras el malparido del rey gozaba del vaivén clioriano.

'Ronnie, ¿estás bien?"
“No podría estar mejor, señora.”
“Llevas mas de media hora ahí adentro, empiezo a preocuparme.”
“No debería.”
“Necesito enjuagar mis pestañas”
“Puede hacerlo en la cocina.”
“Por dios santo, Ron, es mi baño.”
“No demoraré. Ahora permítame concentrarme.”
“¿Concentrarse?”
“Sí”
“Si es eso lo que quieres, adelante.”

Ronnie trataba de descifrar el significado de aquel egomaníaco vegetariano en su cabeza. El tiempo pasaba y la señora Miller parecía impacientarse. A tal punto llego su turbación que fingió un sofocamiento que Ronnie pudo notar claramente como ilusorio. A éste le siguió un mareo, una descompostura estomacal y hasta una pulmonía carnal.

“Señora, por favor, son unos segundos mas y el baño es todo suyo.”
“El baño ES mío.”
“Sin duda.”
“Hágame el favor de salir de ahí adentro.”

Ronnie guardo su set de ajedrez, dejando a la reina entre déspotas gemidos orgasmicos. Sin poder sacar aquella película de su cabeza, levantó sus pantalones, enjuago su saliva y salió del baño.

“Necesito una explicación convincente.”
“No necesito convencer a nadie, señora, disculpe”.

Tomó su saco, su mochila roída por el tiempo atemporal y se esfumo entre la ciudad sepulcral. Sepulcros en cada persona. En sus caras mayormente. Pero claro, nadie mas que él notaba dicho artificio insalubre.
Una vez en su casa, desenterró una valija violeta de una de las macetas que maceteaban pasivamente sobre el balcón de su habitación. La pintura estaba desgastándose y se asomaba la típica negrura epidérmica de la mayoría de las valijas. Sin un gramo de preocupación, abrió la valija y saco de su interior un paquete de cigarrillos, su taza preferida y un libro de poemas de Charles Baudelaire.
Tomo el libro del lomo y -de manera rutinaria- sacó el boleto de colectivo utilizado como señalador. Leyó en voz alta su poema preferido mientras encendía un cigarrillo con su avejentada glándula prostática.

"En la pierna, una media rosa bordada de oro,
tal como un recuerdo, perdura.
La liga, como un ojo secreto que flamea,
diamantino mirar fulgura."
Aquel séptimo verso lograba capturar su atención. De hecho Una mártir lograba despojarlo de toda ansiedad por completo. Una vez alejando del film berenjenico, sacó el juego de ajedrez y prendiendo otro cigarrillo, logró librar a la reina de aquel hijo de puta que se hacia pasar por rey.

viernes, julio 14, 2006

Formol.

No soy lo que soy
cuando soy aquello
que no soy.

Soy una patada en el aire
con Ketchup
y jengibre vencido.

Soy un demente mental,
estúpido
y poco viejo.

Soy aquello que no querés besar
antes de dormir-
ni después.

Soy un simple molusco,
la fiebre causada por el
abrigo que no enchufaste ayer
entre tus sobacos.

No quiero ser
todo lo que creo que no soy-
Ni Irlandés
con cabeza de polla.

Mientras,
compraré atletismo barato,
por docenas,
en la carnicería.

miércoles, julio 12, 2006

Picores.

Su cabeza gira. Su cuerpo gira. Todo parece girar a una velocidad constante. Sus brazos girando se encogen. Sus piernas amnésicas lo mantienen erguido, aun así sigue girando- y encogiéndose.
Edmundo no es mas que una simple hormiga.
No mas felatios, no mas café con leche en el desayuno. Todos su intereses parecen haberse reducido al sudoroso cortar de hojas.
Su esposa, indiferente, lo levanta y coloca en la palma de su mano. Le habla. Le informa sobre el paciente que atendió al mediodía, mientras él se encontraba royendo hojas a mas no poder.
Le cuenta sobre cuentas corrientes y sobre llamadas telefónicas. Sin embargo, él continúa ahí, encima de la palma de su mano, haciéndole cosquillas y simulando algún interés. Está claro que no le interesa. Únicamente procura no dar un movimiento que pueda llegar a altearla y de esta manera, terminar aplastado por zapatos baratos de tacón.
Ese conjunto de extremidades ováricas, persiste relatando historias sin siquiera cortarle un racimo de uvas que bien podrían calmar aquella sed inexorable que posee en todo momento.
"Mira Ed, no soporto que no me dirijas la palabra. Que seas una hormiga, bueno, lo tolero. Pero... ¿qué no me hables?”
Ed continúa recorriendo su palma en círculos, tratando de no provocarle mas cosquilleo del que su mujer puede aguantar. Sin duda terminaría hecho puré de arvejas.
"Ed, que no me hables, que seas una hormiga, bueno, lo tolero. Pero... ¿qué no me cojas?"
Edmundo, inmóvil, trata de bajar hasta su zona genital. Quizá algún hormigueo en el coño de su mujer podría revertir la situación y con suerte podría ser aun mejor que el mejor de aquellos libidinosos polvos antes de pernoctar.


Percibe con sus antenas los ronquidos de su mujer y se aleja de la habitación. Temeroso a toparse con alguna cucaracha, algún ciempiés, algún bicho bolita, atraviesa el living y la cocina, hasta cruzar la rendija de la puerta.
Una vez entre la rendija, permanece unos segundos atento. Asegurándose la ausencia de cualquier amenaza bichal.
No parece haber ningún ser amenazante, mas que el sapo Víctor Hugo -así le había apodado su mujer algún tiempo atrás- que se encontraba muy ocupado entonándole una serenata posmoderna a la sapa vecina.
“Imposible tratar de ligar con ese canto”, pensó Edmundo.
Víctor Hugo necesita urgente una afinada de las parótidas.
En fin, llega a la madriguera donde se encuentran aquellos seres que simulaban ser como él. En apariencia, sin lugar a dudas, eran idénticos. Pero Edmundo, quizá por timidez o por arrogancia, casi no prestaba atención a sus vociferaciones nocturnas. Permanecía la noche entera tratando de buscar alguna solución a su situación actual. Hasta que alguna hormiga apoyaba una de sus antenas sobre su abdomen. Acto que lo deleitaba mucho. Posiblemente ello era lo mejor de ser hormiga. Pero aun así, no lograba distraerlo por completo.

Una noche de desvelo, una hormiga ramera le ofreció huir de aquel mugriento lugar y no sólo eso, sino procrear cada noche antes y después del amanecer.
Edmundo, dudoso, le dijo que no habría mayor complicación y que la noche siguiente partirían hacia quien-sabe-dónde.
En caso de algún estúpido arrepentimiento, no se presentaría la noche entrante.

Llegó la noche. Una vez terminado el tedioso y rutinario monologo de su esposa, se dirigió al lugar donde había conversado con la ramera la noche anterior.
" ¿Estás listo?", preguntó la ramera.
"No. Pero no es mayor problema, vamos."
"Estas seguro?"
"No. Vamos"

Juntos, sin equipaje, sin alimento, sin libros y sin goma de pegar abandonaron la madriguera y se lanzaron a la suerte de sus ácidos fórmicos.

xxxxx

Años mas tarde, su esposa absorbía electroshocks y era amenazada por unas treinta pastillas antipsicóticas diarias.

“Tu marido está bien. Esta viviendo con otra mujer hace nueve años, pero legalmente sigue siendo tu cónyuge. No te preocupes, Leonor, pronto saldrás de este lugar. Pronto estas visiones que tenés desaparecerán y ahí comprenderás y podrás ver con tus propios ojos que tu marido no es una hormiga. Que simplemente vos y él están viviendo separados”, explicaba de forma nauseabundamente pedagógica la enfermera de turno.

Esa noche Leonor no pudo dormir. El cosquilleo de Edmundo no se lo permitió. Aun estando internada, Edmundo atravesaba todas las rendijas de las puertas y le ofrecía su compañía y algún resto de cartón o algodón.
Luego le seguirían aquellos hormigueos diarios, dentro del coño, que tanto disfrutaba.

domingo, julio 09, 2006

Puta.

Te invito a abrir las piernas. Apartar una de la otra. Una vez que tu cuneta esté al descubierto, quiero sentirte eructar. Quiero que sonrías y que sin dejar de tararear el arroz con leche me empieces a succionar.
Una vez concluido el acto carnal, deseo que arranques cada hoja virgen del libro que acabo de comprar. Destrózalo. Descuartízalo con aquella furia femenina que tanto me provoca. Una vez hecho pedazos, devóralo. Mastícalo cual mujer hambrienta saciando su apetito. Pero no te desnudes. No lo hagas. Te lo ordeno. Mis ilusiones serian derrumbadas a la fuerza, si lo haces. Continúa masticando. Nadie nunca lo hizo mejor. Sos una puta. Puta de mierda. No quiero tu sudor ni tus besos. Quiero que saques ese orto maldito que comienza a perfumar mi almohada.