jueves, junio 15, 2006

10 de trébol.

Encerrado por días enteros dentro de esta habitación. Sin música, sin libros, sin absolutamente nada, mas que cuatro paredes, un techo y un piso de madera crujiente. Hago un paso, escucho el “pñack” de la madera conversando con mi zapato y sigo pensando en cualquier pensaduría pueril.
No hay nada que hacer. Sí tan solo tuviese una hoja y un lápiz, todo cambiaría. Pero no, no hay. Solo mi cuerpo, yo y las paredes.
No hay luz, no hay agua y no hay comida. Creo que en tres segundos y medio moriré. Hace mucho calor. Transpiro y no me saco la ropa. No sé porque. Tengo el suéter mojado, los pantalones y la remera disfrutando de las cascadas voluptuosas presentes en su interior. Ma que cascadas? Sudor. Transpiración de la pegajosa, de la mas desagradable.
Sigo sin saber que carajo hacer. Llorar, gritar, reír, saltar, correr, dormir, pestañar, respirar, mover un dedo del pie, palpar una erección, jugar con mis rodillas, lamer el suelo, salivar... ¿Para qué?
NO SE QUE HACER. Estoy desesperando. Desesperando y no quiero gritar porque podría ser peor. Golpear las paredes conseguiría invadir con intranquilidad mi tranquilidad intranquila.
POR DIOS. BASTA. POR FAVOR. Quiero dormir y soñar y olvidarme de esto. POR FAVOR.
ALGUIEN ESCUCHE. Listo. A la mierda. Me puse a llorar como una maricona. ¿Para qué? Quizás simplemente para hacer las cosas peores o para darme lastima, como de costumbre. POR DIOS. QUIERO SALIR. QUIEROSALIRQUIEROSALIRQUIEROSALIR. NECESITO SALIR.
Entonces me arranco los pelos. Me pego contra la pared y me caigo al suelo.
“¿Por qué seré tan enfermo?” pienso. Veo lo estúpida que fue esa reacción y procuro no volver a efectuarla.Tomo la calma nuevamente y trato de dormir. Ya alguien me sacará. Ya estaré afuera jugando al póquer y acariciando sartenes.